martes, julio 14, 2009

De vuelta al asfalto

Sociedad
De vuelta al asfalto

A hurtadillas, el régimen comienza a cerrar las escuelas en el campo.
Nadie pregunta por los padres del fracaso. ¿Será huérfano?

Julio Franco, La Habana | 14/07/2009

De ellas debió salir el hombre nuevo. Altruista, probo, intransigente,
laborioso, justiciero, culto y siempre revolucionario. De ese dechado de
virtudes, nadie sabe cuántas resultaron forjadas en las escuelas en el
campo; pero el consenso de las familias es que muchos jóvenes
enfrentaron violencia, hambre, promiscuidad, tabaquismo, drogas y
alcohol a borbotones.

"Lo que menos hicieron fue aprender", reconoce la madre de Pedro Julián,
quien conserva una cicatriz en su antebrazo izquierdo, resultado de una
reyerta a machetazos a fines de los años noventa. "Se me estaba
descarriando", enfatiza.

Su familia, que entonces lo sacó del plantel mediante un certificado
médico de psiquiatría, pudo reencauzar la vida del joven, nacido y
criado en uno de los solares del centro capitalino. Hoy día es mozo de
un hotel y gana "sus cuatro pesos decentemente", dice la madre,
mostrando el recién planchado uniforme de botones.

PJ no era de los peores. "No podías dejar que te vacilaran o te
chulearan a la jevita", recuerda ya en tono displicente.

Como muchos, tuvo que activar su código de hombría para enfrentar los
desafíos cotidianos del plantel, donde al caer la noche y con un par de
profesores de guardia —tal vez uno sólo— para más de trescientos
estudiantes, "se armaba tremenda gozadera", léase consumo de alcohol o
de alguna droga —marihuana rara vez—, pastillas anti-Parkinson o
brebajes "hechos de matas del campo", que "te dejaban en nota toda la
noche".

El resto de la juerga podía o no incluir sexo con algunas estudiantes,
individual o grupal, y conciertos improvisados de canto y percusión que
terminaban en una delirante danza colectiva. Como remate, alguna
discusión, chiste o un acto de abuso podía desembocar en pendencia. Y
las pendencias, aunque escasas, trajeron víctimas mortales. Una de
ellas, en 1999, en el República de Guyana, un plantel de las afueras de
La Habana, en el que estaba matriculado PJ.

Luego, en la mañana, se enfrentaban a un desayuno virtual —un cereal
intragable—, con pereza emprendían el trabajo agrícola —"a veces era
sólo llevar piedras de un lugar a otro del campo"— y, de vuelta a las
aulas, el rendimiento docente era pésimo, con profesores improvisados
para más de 40 ó 50 alumnos o las "aburridas teleclases, a las que nadie
hacía caso". Un rancho de arroz con chícharos era el manjar cotidiano.

Martí como pretexto

"Al principio había orden y disciplina, comida abundante, recreación y
transporte, el salario era decoroso, sentías el respeto de los alumnos.
Con el período especial, todo eso desapareció y muchos docentes
emigraron hacia otros trabajos en las ciudades, mejor remunerados, o
simplemente se metieron en sus casas. No soportaban más", narra OP,
profesor de matemáticas desde los años ochenta.

OP merece estar en el hall de la fama. Permanece frente a un aula,
porque es "lo único" que le gusta y sabe hacer, aunque reconoce que
"nadie quiere enterrarse en un campo por 400 pesos y soportar la mala
educación de malhechores con uniforme".

El programa de las escuelas en el campo arrancó a principios de los años
setenta. Fidel Castro, su máximo inspirador, llegó a decir que eran
instituciones "como jamás las tuvieron en nuestro país ni los hijos de
los burgueses".

Fue un proyecto que el régimen intentó basar en la prédica de José
Martí, que ponderaba la experiencia laboral en la enseñanza como parte
de la formación moral de los estudiantes.

Lo que comenzó siendo una elección para los alumnos y las familias,
terminó, a principios de los noventa, en un programa obligatorio para
aquellos que accedían al nivel preuniversitario. Había que padecer una
enfermedad invalidante para evadir ese destino, o comprar un certificado
médico en 50 ó 100 dólares.

De acuerdo con analistas, el gobierno decidió entonces la medida para
mantener fuera de las ciudades a una masa crítica de estudiantes,
propiciar su control y "alejarla de las drogas, la violencia, el
pandillerismo y eventuales revueltas" ante la devastadora crisis servida
por el colapso soviético.

Esa misma crisis, aún sin resolver, ahora punzada por la recesión
mundial, obliga a las autoridades al desmontaje por etapas de los
preuniversitarios en el campo, amplios edificios de tres y cuatro
plantas que serán reconvertidos en viviendas, como ya sucede en la Isla
de la Juventud.

Ese territorio, a cien kilómetros al sur de La Habana, debe su nombre
precisamente a que fue concebido como la meca del programa educacional
ahora en disolución. En su apogeo llegó a albergar a más de 30.000
jóvenes, en su mayoría africanos, que atendían espléndidos campos
citrícolas.

Según las autoridades docentes, la vuelta a los preuniversitarios
citadinos no es el fracaso de una estrategia, sino la imposición de una
coyuntura que vuelve insostenible el proyecto rural. Sólo avituallar de
alimentos los planteles ubicados en la provincia de La Habana cuesta
unos 800.000 CUC mensuales, mientras que trasladar semanalmente a los
estudiantes, y diariamente a los profesores, significa una sangría anual
de dos millones de CUC, tan sólo por concepto de combustible.

Realidad y fantasía

Pese a los rumores de algunos meses, la medida tomó a muchos por
sorpresa. "Nunca pensé que se decidieran, aunque sabían que era un
disparate aquello", dice una madre, feliz porque su hijo escapó del
régimen becario y lo podrá tener ahora "bien controlado".

El nuevo esquema es un viejo esquema. Conserva la mancuerna
estudio-trabajo, porque los alumnos marcharán a programas agrícolas por
siete semanas, el llamado "plan la escuela al campo", que comenzó a
fines de los sesenta, por noventa días en Camagüey, adonde iban a parar
estudiantes habaneros luego de un viaje en tren de 18 horas.

Los medios callan la novedad y al cabo de treinta años ponderan la
experiencia.

"Libertad, responsabilidades, convivencia, educación, estudio, trabajo y
amores, son sólo algunos de los cambios que se suscitan en un número
elevado de jóvenes cubanos que optan por los Institutos
Preuniversitarios en el Campo [IPUEC]", se lee en uno de los números más
recientes de la revista mensual Somos Jóvenes.

Una beatífica visión que no es compartida por otra publicación oficial,
la centenaria Bohemia, que el año pasado publicó un reportaje rociado de
críticas sobre la funcionalidad de los llamados IPUEC, que actualmente
suman unos 350 en toda la Isla.

"La razón de ser de estos institutos está anclada en vincular el estudio
con el trabajo, como principio martiano. Pero, en menos de la mitad de
las escuelas visitadas por este equipo, los estudiantes realizaban
labores agrícolas con regularidad", aseguró la revista.

Citada en el reportaje, la viceministra de Educación, Kenelma Carvajal,
reconoció las debilidades del programa. "Sé que los centros internos
tienen detractores y que en este minuto hay muchas cosas que pudieran
ser diferentes. Pero tenemos escuelas que son ejemplo y estudiantes con
una real cultura económica; por eso podemos decir que es posible lograrlo".

En la galería de detractores, a los que hace alusión la funcionaria,
aparecen caras disímiles.

Hace más de una década, la Iglesia Católica, mediante su cabeza más
visible, el cardenal Jaime Ortega, opinó que debe existir "el derecho de
la familia, y también del muchacho y la muchacha, de optar por la
permanencia en el hogar", y que "ni la psicología moderna, ni la
experiencia acumulada indican que la separación forzosa del hogar ayude
a la formación" de los jóvenes.

Pero el escopetazo de mayor calibre provino de un flanco inesperado: el
de un amigo personal de Fidel Castro. Hablando en el congreso de
escritores y artistas, en abril de 2008, el octogenario Alfredo Guevara,
un teórico y fundador del cine revolucionario, lanzó preguntas sin
precedentes en un escenario permitido:

"¿Puede la escuela primaria y secundaria y el pre, tal y cual han
llegado a ser, regenteadas por criterios y prácticas descabellados e
ignorantes de principios pedagógicos, psicológicos elementales, y
violadora de derechos familiares, ser formadora de niños y adolescentes,
y por tanto fundar futuro?".

Muchos todavía aguardan las respuestas, pero la realidad obliga a
cambios. Hay anuencia en un punto. Que nadie pregunte por los padres del
fracaso. Será huérfano.

© cubaencuentro.com

De vuelta al asfalto - Artículos - Cuba - cubaencuentro.com (14 July 2009)
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